«Trillo todo lo cura, menos gálico y locura»
El viajero llega a Trillo donde da por concluida su cuarta etapa.
Trillo se encuentra a la orilla derecha del río Tajo donde éste une sus aguas calmas con las del río Cifuentes, y junto a un puente que lo atraviesa, levantado inicialmente en los siglos XIV y XV. Es la puerta de entrada hacia el Parque Natural del Alto Trajo y ofrece al peregrino numerosos lugares para conocer y visitar.
La construcción de la iglesia parroquial de la Asunción data de mediados del siglo XVI. El templo es de fábrica totalmente renacentista de grandes sillares de piedra formando una única nave cubierta por un artesonado de madera. En su interior hay un retablo procedente de la parroquia de Santamera que es una delicada obra de mediados del siglo XVI, pues los que tuvo fueron destruidos en 1936. Tuvo tres puertas, pero se tapó la que daba al norte.
En el casco urbano debe visitarse la Casa de los Molinos, quizá el edificio más antiguo del pueblo y que es mencionado por primera vez en una serie de documentos de la época del reinado de Fernando IV de Castilla y de León (1295-1312).
Hay diversas casonas por la villa como la Casa Parroquial, la de los Muñones, la de los Pérez, la de don Bernabé Mayoral, la de la Inquisición, la Casa Grande, la del Indiano o la casa de los Batanero. Al ser tan importante el agua en Trillo, se debe cruzar y admirar el puente sobre el Tajo, que es la construcción más característica del pueblo. Su origen se ha situado a mediados del siglo XVI, fue volado en los combates de 1810 y reconstruido en la segunda década del siglo XIX.
La cascada del Cifuentes “es una hermosa cola de caballo, de unos quince o veinte metros de altura, de agua espumeante y rugidora”, tal y como la describe el viajero Cela.
En cuanto a ermitas, destaca la de la Virgen del Campo, que se encuentra situada a unos 2,5 kilómetros del pueblo, en un monte rodeado de encinas y carrascas, junto a las torres de refrigeración de la central nuclear; la ermita de la Soledad, situada en un extremo del pueblo, en las antiguas eras y al final de la calle Soledad; la ermita de San Roque, situada en el mismo camino que lleva a la ermita de la Virgen del Campo y la ermita de San Juan, situada en el cementerio y construida a mediados del siglo XVI, que es una de las ermitas que mejor construcción tienen de las que hay en la villa, de planta rectangular y de nave única.
El Real Balneario de Carlos III permitía el aprovechamiento de las aguas termales que se hallan situadas en la margen izquierda del río Tajo, a dos kilómetros aguas arriba del pueblo. Se sabe que los romanos tuvieron asentamiento en Trillo y se aprovechaban de los beneficios de estas aguas. Los baños se inauguraron en 1778, presidiendo la entrada un busto de Carlos III. Cerrados en el siglo XX, en la actualidad, los baños forman parte, nuevamente, de la oferta hotelera y de SPA de Guadalajara, aunque al día de hoy por problemas burocráticos se encuentra cerrado el establecimiento.
Dentro del término municipal, y aguas arriba en la margen derecha del Tajo, se hallan los restos del monasterio de Óvila. Fue fundado por Alfonso VIII de Castilla y comenzado a edificar en 1181. Eran notables su refectorio, dormitorio de novicios, la galería norte del claustro renacentista y, sobretodo, su Sala Capitular de bóvedas nervadas apoyadas sobre gruesas columnas con capiteles de flora esquemática.
Sufrió las desamortizaciones de 1820 y, la definitiva, de 1835. El convento vacío quedó en ma-nos del Estado, siendo Manuel Cortijo, vecino de Ruguilla, el agente liquidador de los bienes del monasterio. Las imágenes de San Bernardo y de Santa María de Óvila fueron a la iglesia de Ruguilla y otros objetos se repartieron por Huetos, Sotoca y Carrascosa.
El marchante Arthur Byne ofreció en 1930 al magnate americano William Randolph Hearst la venta de los elementos medievales del monasterio de Óvila para ornamento de sus mansiones: un expolio en toda regla. Se aprovechó de la inestabilidad durante el cambio de régimen de monarquía a república. Sólo levantó su voz un médico rural natural de la zona, Francisco Layna, quien escribió artículos y cartas para evitar el expolio. Aunque el gobierno de la recién nacida República declarara Monumento Nacional al cenobio el 3 de junio de 1931, este hecho no paralizó las obras de desmantelamiento, pues estaban ya casi concluidas. Desde que en 1932 Layna publicara su libro “El Monasterio de Óvila”, no ha habido ninguna publicación dedicada a este monasterio que incluyera aspectos históricos y arquitectónicos, hasta la publicada por Merino de Cáceres, “Ovila, setenta y cinco años después de su exilio”, editado por Editores del Henares.
Entre sus manifestaciones festivas, además de sus ancestrales Mayos, deben resaltarse los tradicionales descensos en piragua por el río Tajo, que a finales de cada mes de julio concentran a millares de aficionados al piragüismo de toda España. Además a finales de junio tiene lugar el evento «Vacas por el Tajo», el único enciero taurino que se celebra en un río.
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